En estos días de profundo pesar, el estado y todos los sonorenses se encuentran de luto, pues la tragedia del incendio en la tienda Waldo’s en Hermosillo ha dejado una estela de dolor que atraviesa familias, comunidades y al país entero. La tarde del pasado sábado se registró un incendio que, según reportes oficiales, cobró la vida de al menos 23 personas y dejó a 12 o más lesionadas, entre ellas menores de edad.
El incendio, que habría iniciado tras una explosión en el local ubicado en el centro de Hermosillo, generó un escenario de caos y horror, columnas de humo, personas atrapadas, la angustia de los testigos.
El gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, ha expresado sus “más profundas condolencias a las familias y seres queridos de las personas fallecidas” y ha instruido una atención integral para las víctimas y sus allegados. A su vez, el municipio de Hermosillo suspendió las celebraciones del Día de Muertos previstas en solidaridad con este luto colectivo.
La presidenta de la República, Claudia Sheinbaum, también se pronunció, asegurando el envío de apoyo a través de la Secretaría de Gobernación para los heridos y las familias afectadas. Este momento exige reflexión y responsabilidad. Sonora está gravemente herida, y México entero comparte esa herida.
La cifra de 23 muertes es en sí misma una tragedia mayúscula, pero más allá de números, lo triste son las vidas que se apagaron, los sueños truncados, las familias enteras que tendrán que enfrentar el duelo y reconstruir su existencia tras el impacto.
En primer lugar, la prioridad es la recuperación de las personas lesionadas, quienes hoy están en hospitales, en observación, heridos física y quizá emocionalmente, necesitan una respuesta rápida, digna y humana por parte de las autoridades estatales y federales. El acompañamiento médico, psicológico y social no puede dejarse para “después”.
A ello se suma el duelo de las familias de quienes fallecieron: madres, padres, hermanas, hermanos, amigos que de pronto se enfrentan al vacío, a la ausencia, a la pregunta de “por qué” y “cómo pudo suceder”. Ese duelo no es algo que pueda resolverse con buenas intenciones, requiere estructura de apoyo, atención especializada, justicia emocional.
Simultáneamente, es imprescindible que las autoridades abran sin demora una investigación clara, seria, rigurosa sobre las causas de este incendio. Es insuficiente señalar que “pasó un accidente” o que “fue una explosión”.
Debe conocerse el diagnóstico técnico: ¿qué detonó la explosión? ¿Hubo fallas en la infraestructura eléctrica, en el sistema de seguridad contra incendios, en las vías de evacuación? ¿Se cumplieron los protocolos de Protección Civil?
¿Quiénes eran responsables del mantenimiento y supervisión del local? Las familias de las víctimas y la sociedad merecen saber la verdad para que pueda cerrarse esta herida con algo más que dolor, con aprendizaje y prevención.
Sonora está ante un claro recordatorio de cuán frágil puede ser la seguridad en los espacios públicos, y de que el deber del Estado, ya sea municipal, estatal o federal, implica mucho más que inaugurar locales u otorgar licencias, obliga a velar por la vida de cada persona que entra y sale de un comercio, de un centro de esparcimiento, de un edificio cualquiera. Cuando esos mecanismos fallan, el resultado puede ser catastrófico.
Esta tragedia, como tantas otras que han golpeado a este país, revive la urgencia de una cultura de protección civil que vaya más allá de folletos o discursos, que sea palpable, visible, exigible.
También debe reconocerse que el luto colectivo es más que solo horas de silencio o cadenas de condolencias, tiene que haber acciones concretas: atención médica eficaz, familias que no queden solas, investigaciones que rindan cuentas, medidas que garanticen que algo así no vuelva a suceder.
Y claro, por la memoria de quienes ya no están: sus nombres, sus vidas, sus historias merecen ser honradas, con minutos de silencio y sobre todo con transformaciones reales. En este sentido, el llamado respetuoso es para que las autoridades no permitan que la conmoción del momento se transforme en un ciclo de olvido.
Que las ruedas de la justicia giren con celeridad, que el acompañamiento a víctimas y familiares sea sostenido, que la prevención tenga más peso que la rutina presupuestal. Y que la ciudadanía de Hermosillo y de Sonora se unan más no solo para compartir solamente el dolor, sino para fortalecerse mutuamente, para exigir que las garantías de seguridad, de vida, de dignidad, estén vigentes en cada rincón.
Hoy, Sonora está de luto. México está de luto. Pero este luto no puede quedar encerrado en el silencio. Debe convertirse en un impulso para que el sacrificio de 23 personas no sea en vano. Que sus familias sientan que no están solas. Que las heridas sanen con justicia. Y que, en el futuro, espacios como el centro de Hermosillo puedan volver a ser lugares seguros y vivos, con la memoria como motor y la acción como testimonio de que cada vida importa.


