EL DEDO

EL DEDO

Karla Montaño

Jamás se pensó que en Hermosillo se repetiría aquella escena del 5 de junio de 2009: la gente corriendo, las llamas encendidas, las sirenas, las ambulancias, los rescatistas, los gritos, el humo, el miedo.

Pero la pesadilla volvió a la capital de Sonora, ahora en un incendio dentro de una tienda Waldo’s, con saldo devastador de 23 personas fallecidas y más de una decena de heridas Las imágenes que recorrieron el país parecían arrancadas de una memoria que Sonora creía superada. Pero la historia se repitió.

Y esta vez, las víctimas no fueron niños en una guardería, sino adultos, trabajadores, madres, padres, jóvenes y menores de edad que acudieron a un comercio común y corriente en un sábado cualquiera, sin saber que sería el último día de sus vidas. Y justo el día de todos los Santos.

Ya las autoridades se han pronunciado: el gobernador Alfonso Durazo ofreció condolencias y prometió atención a las víctimas; el alcalde Antonio Astiazarán decretó luto y suspendió actividades públicas; y la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum, instruyó apoyo federal. Todos han hablado. Pero lo cierto es que no hay palabra que alcance.

Porque lo que se siente en Sonora es tristeza y es dolor por una herida que se abre de nuevo, una indignación contenida, una incredulidad que pesa. No se puede más que lamentar que la tragedia haya regresado a las calles de Hermosillo, que las sirenas vuelvan a sonar por un hecho tan doloroso, y que hoy por hoy haya decenas de familias que lloran a sus seres queridos.

Pero si algo se puede decir, con respeto y sin abrir debates estériles, es que esta vez algo debe ser diferente. Ya no se pudo evitar una tragedia más. Ya no se aprendió de la historia. Al menos que esta vez se aprenda de la justicia. Que haya una investigación clara, precisa, oportuna y ágil.

Que si hay responsables, paguen las consecuencias. Que si hubo omisiones, se corrijan de inmediato. Que si existieron fallas estructurales, de supervisión o de respuesta, se documenten y se sancionen. Y que las causas del incendio se informen de manera transparente, para que no quede ni una sola duda, ni un espacio para la especulación o la manipulación política. México no soporta otro caso más envuelto en silencio.

Y Sonora no resistiría una injusticia más. Apenas este mismo año fueron detenidas dos de las dueñas de la Guardería ABC, donde 49 pequeños murieron aquel 5 de junio de 2009. Quince años tuvieron que pasar para que se dieran los primeros pasos hacia la rendición de cuentas. En esta ocasión no debe pasar tanto tiempo. No puede. Sería una afrenta a la memoria, al dolor y a la dignidad de las víctimas y sus familias.

Cada incendio, cada tragedia, cada muerte evitable debería recordarnos que la prevención es la frontera entre la vida y la muerte. Los comercios no deberían ser trampas mortales. Los permisos no deberían otorgarse sin revisión. Los sistemas de alarma, los extintores, las salidas de emergencia no deberían ser un requisito olvidado o una simulación en los papeles.

La vida cotidiana en México no puede seguir dependiendo de la suerte. No puede ser que un descuido, un cortocircuito o un cilindro de gas mal colocado se conviertan en sentencia para decenas de personas.

Y tampoco puede seguir normalizándose que después del horror venga la misma rutina: los discursos, los pésames, los minutos de silencio, y luego, el olvido. El país necesita un compromiso real con la seguridad pública y civil, no solo en las calles, sino en los espacios donde la gente trabaja y compra, donde convive y transita.

Lo ocurrido en Waldo’s de Hermosillo debe ser un punto de inflexión para revisar las condiciones de todos los establecimientos, la capacitación de sus empleados y la capacidad de respuesta de las instituciones. No hay palabras que devuelvan la vida. Pero sí puede haber actos que devuelvan la confianza y la seguridad. 

Porque cada tragedia mata gente y mata también la fe en la justicia, en el Estado, en la posibilidad de vivir sin miedo a explosiones e incendios. Sonora no puede seguir cargando con esa cruz. Y México no puede seguir sumando historias que se parecen demasiado. Hoy Hermosillo llora. Y con Hermosillo, todo Sonora.

Pero ese llanto debe convertirse en una exigencia que haya verdad, que haya justicia y que, ahora sí, haya memoria sobre la experiencia. Que las familias de las 23 víctimas encuentren acompañamiento, que los heridos se recuperen con la atención que merecen, que los responsables, si los hay, sean castigados sin distinciones ni demoras.

Porque la vida vale. Y la justicia debe existir. Y porque si algo debe quedar grabado después de esta nueva tragedia, es que ningún incendio, en ninguna ciudad, debería volver a ser recordado por lo mismo: por lo que no se hizo a tiempo.

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