Durante un campamento organizado por la Academia Militarizada Ollin Cuauhtémoc, con sede en la Ciudad de México, un estudiante de 13 años, identificado como Erick “N”, perdió la vida el 25 de abril en el municipio de Tlalnepantla, Morelos. El evento, realizado del 23 al 25 del mismo mes en un predio de la comunidad Felipe Neri, estuvo marcado por supuestos abusos y negligencia hacia los menores participantes, según relatos de alumnos presentes.
Jorge, un compañero de 12 años y estudiante de primer año de secundaria, compartió su testimonio en entrevista con Azucena Uresti para Radio Fórmula. Narró que, desde el primer día, los estudiantes fueron despojados de su comida y amenazados con castigos si escondían algo. “Nos dijeron que si nos quedábamos con algo, hasta un chicle, las íbamos a pagar”, aseguró.
Los menores fueron forzados a realizar actividades físicas extenuantes, sin protección contra el frío, y sin recibir una alimentación adecuada. De acuerdo con el relato, para “ganarse el desayuno”, debían cumplir con ejercicios que comenzaban desde temprano; en una ocasión, lo único que recibieron fue “una lata de atún y un litro de agua para cuatro personas”. El castigo por hablar durante la comida era la privación del alimento.
Durante las actividades, los alumnos eran obligados a realizar arrastres y ejercicios sobre superficies pedregosas, además de participar en dinámicas violentas donde se les instaba a derribarse entre sí. En ese contexto, Jorge notó que Erick comenzó a mostrar señales alarmantes de deterioro físico. “Tenía la boca negra y los ojos sumidos así, muy negros”, dijo al recordar el aspecto de su compañero momentos antes de colapsar.
El testimonio indica que, pese a su evidente mal estado, cuando Erick pidió atención médica, la paramédico apenas lo sentó, le mojó el rostro y lo devolvió a las actividades sin ofrecerle hidratación. “No le dieron nada de agua. Solo lo mojaron tantito”, afirmó Jorge.
Erick se desplomó cuando el grupo se alistaba para regresar a la Ciudad de México. Jorge contó que, tras dejar caer sus pertenencias, fue reprendido, ayudado brevemente, pero volvió a caer. “Ya no podía, ya no se levantó”, dijo. Luego, fue apartado del grupo mientras los demás alumnos recibieron órdenes de no voltear. “Nos dijeron que si volteábamos, íbamos a estar arrestados nosotros también”, añadió el menor.
Erika Torbellín, madre del adolescente, detalló que su hijo estaba en perfectas condiciones al momento de entregarlo en la Academia el 23 de abril. Dos días más tarde, recibió una llamada donde le informaban que Erick había sido llevado al hospital “porque tenía un poquito desnivelados los signos vitales”. Sin embargo, al llegar a Cuautla, los médicos le notificaron que ya no presentaba signos de vida y que los intentos por reanimarlo habían fallado.
Según el acta de defunción, el menor murió a causa de estallamiento de vísceras y múltiples lesiones. Erika asegura que, al preparar el cuerpo de su hijo para el funeral, observó moretones, raspones, ropa rasgada, huellas de pisadas en el pecho, tierra incrustada y sangre seca. “No es una muerte natural, no fue asma ni insolación. Mi hijo fue golpeado”, declaró.
Torbellín también afirmó que no fue el personal del campamento quien pidió auxilio médico, sino personas externas que notaron la condición crítica del niño.
Por su parte, María José, exalumna de 14 años de la Academia, afirmó que decidió no asistir al campamento debido a amenazas recibidas por parte de una instructora a la que identificó como Mariana. Según su testimonio, los castigos físicos eran frecuentes e incluían golpes, patadas y ejercicios prolongados como forma de “arresto”.
“Una vez me arrestaron seis horas por verla feo. Nos dejaban sin comer y sin agua. Nos pegaban en los brazos, en las piernas. Mariana nos agarraba del cuello”, dijo. Además, compartió que una compañera le confesó que Mariana, junto con una cadete identificada como Valeria, habría agredido físicamente a Erick hasta que se desvaneció.
Al iniciar el ciclo escolar, la Academia prometía un entorno disciplinado sin violencia. Sin embargo, María José relató que las condiciones se transformaron drásticamente: “Al principio parecía una escuela normal. Después se convirtió en un infierno”.